Se cree que la duración del sueño, la privación del sueño y el ciclo sueño-despertar desempeñan un papel importante en la generación de actividad epiléptica y también pueden influir en el riesgo de crisis. Por lo tanto, a las personas diagnosticadas con epilepsia se les suele pedir que mantengan rutinas de sueño consistentes y maximizan sus horas de sueño. Sin embargo, la evidencia emergente esboza una imagen más matizada de la relación entre las crisis epilépticas y el sueño, con efectos bidireccionales entre los cambios en patrones de sueño y el riesgo de sufrir crisis.

Un estudio publicado en la revista Brain ha sido el primero en estudiar los hábitos de sueño en personas con epilepsia y su relación con la ocurrencia de crisis utilizando la pulsera Fitbit,  comparándolos con los de la población general en el entorno del hogar. La duración y la composición del sueño en la cohorte de epilepsia se compararon con una gran población representativa de >37.000 usuarios de Fitbit. Esta gran muestra poblacional proporcionó una capacidad sin precedentes para identificar diferencias en los patrones de sueño de las personas con epilepsia, sobre la base de registros directamente comparables (es decir, obtenidas con el mismo dispositivo). La única diferencia significativa fue que las personas con epilepsia pasaron mucho menos tiempo despiertas durante el sueño que la población general. Además, las personas con epilepsia durmieron un promedio de 2 horas más que la población general (aunque estas tendencias no fueron significativas, debido a la mayor variabilidad individual). Curiosamente, las personas con frecuencias de crisis más bajas mostraron tendencias similares en sus variables de sueño a la población general, aunque estos resultados no fueron significativos. Solo 5 de los 34 participantes mostraron una diferencia significativa en la duración del sueño la noche anterior a los días de crisis en comparación con los días sin ellas. Sin embargo, 14 de los 34 personas mostraron diferencias significativas entre sus tiempos de inicio de sueño y despertar. Paradójicamente, el sueño insuficiente se asoció con una disminución marginal del 2 % en el riesgo de crisis en las siguientes 48 horas. En general, los resultados presentados demostraron que los cambios diarios en la duración del sueño tuvieron un efecto mínimo en las crisis reportadas, mientras que los cambios específicos del paciente en los tiempos de acostarse y despertarse fueron más importantes para identificar el riesgo de sufrir crisis al día siguiente. Las crisis nocturnas fueron el único factor que aumentó significativamente el riesgo de sufrir crisis en las siguientes 48 horas.

El estudio no encontró evidencia clara de que dormir moderadamente menos (es decir, 2-3 horas menos que el promedio) aumentara la probabilidad de sufrir crisis epilépticas. Por el contrario, a nivel individual, las variaciones en la hora de acostarse y despertarse fueron más informativas para identificar el riesgo de sufrir crisis que la duración del sueño. Según este estudio puede ser más importante mantener una rutina de sueño constante (tiempos de cama y vigilia) que maximizar la duración del sueño. 

Los resultados presentados pueden tener implicaciones clínicas relevantes y pueden guiar hacia un mejor asesoramiento sobre el sueño en el manejo clínico de personas con epilepsia. Dado que la relación entre los tiempos de acostarse y despertarse es muy específica para cada individuo, estos hallazgos subrayan la potencial utilidad de los dispositivos portátiles para personalizar los planes de sueño y ayudar en el manejo no farmacológico de las crisis.

Para saber más:

Stirling, R. E., et al. (2023). «Sleep and seizure risk in epilepsy: bed and wake times are more important than sleep duration.» Brain.00: 1-11. https://doi.org/10.1093/brain/awac476